11 noviembre 2006

Me duele aca.
El sábado comienza rápido, una corrida típica de colegio apenas demorada un rato por un reloj perezoso. Es que los chicos van a fútbol y el horario no perdona.
El micro es una nave color zanahoria que atravesó varias generaciones para llegar al nuestros días. Todos sabemos que no nació escolar, que fue de línea, que brillo, acelero y amenazo. Que toco bocina sin cesar y corto boletos. Si, este cortó boletos, es de esos. Llamado a retiro no tan temprano, la jubilación de plomo le ordeno algo mas tranquilo, más lento, más acorde a su corazón torpe y ruidoso.
Los fiscales de nuestra seguridad casi no reparan en el, el peligro de la vejez y la obsolescencia lo absorbe en un mundo invisible donde todavía puede ir y a veces venir. Pablo y Juan suben a el. El monstruo ruge y se despide.
Nos agradece?

Volver cuesta un poco. Pablo se va solo y sin hablar. Juan, a los golpes y abrazos con amigos. El corazón mío es de compota, sueña con un chico distinto del que yo fui.
Quiero arrastrar mi pena por las cuadras de Hipólito pero no puedo. No puedo ser yo, no puedo ser Pablo. Pablo no puede ser yo. Tiene que ser mejor, la soledad es un cangrejo que me rodea y me amenaza.
La alejo pero me gusta, la olvido pero la extraño, la olvido pero me la enseñaron bien. La aprendí por años. Puedo estar solo siempre que quiero, a veces en grupo.
A veces no quiero.

La mañana no cuenta, se va. El fenómeno del departamento desierto me desconcierta, la puerta se cierra y el espacio infinito llueve sobre mi, despacio como una siesta, lenta y débil pero inminente, me aplasta. Digo presente y la asistencia es perfecta. La mañana no cuenta, me digo otra vez.

Suena la alarma y todo se descompone, porque suena? No puedo olvidarme, no puedo de nuevo, no puedo.
Salgo.

Me siento y espero. El sol me duerme al sol. El umbral es de una casa pero también es otro y cuando el sueño me habla al oído, la idiotez gutural del micro me amenaza con otro rugido…es que no sabe otra cosa?
Los chicos bajan, se derraman y manchan la vereda de colores y sudores. Se los ve sucios y desalineados, los pelos revueltos, las manos vacías. Se los ve felices.
Pablo baja solo y sin hablar. Juan, a los golpes y abrazos. Mi corazón no me habla, quiero arrastrar los pies por Hipólito pero no puedo.

Mariano 11112006