La hago corta…
A mis hijos no le alcanzó con que haya sido campeón de planeadores radiocontrolados, menos en lanchas a control remoto, donde también gané un campeonato local. Saltar en mountainboard con el kite no los impresionó jamás, andar a los pedos en un desierto en medio de la Rioja no los mosquea. El mar les parece chico y algo soso con 20 nudos y conmigo atrapado en las olas y el kite girando a lo loco. Manejar 1600km al sur es cuanto menos, al pedo y romperse el lomo para pagar unos pasajes de avión a las Cataratas, obvio. Llevarlos y traerlos mil veces a cualquier lugar que se les ocurre, es intrascendente y las tareas del hogar las entienden grises y mediocres. A veces creo haber visto un ligero parpadeo, un atisbo de brillo en los ojos (capaz en un solo ojo..) al gastar algunos miles en las PlayStation.
Así que sus reacciones no me sorprenden. Claro, porque no las tienen.
El domingo estábamos muy al cuete, ellos con sus cosas y yo recuperándome de una gastroenteritis viral que se había presentado como el diablo en calzoncillos (Dolina dixit). Bajé una película para ver en la tele y se me dió por hacer pochoclo. No el que venden en la bandejita de aluminio..., el maiz pisingallo, azúcar y la cacerola de mi casa!!!!…y me salió bien!
Abrazos largos y tiernos. Besos ya olvidados y alguna palabra de aliento. Miradas vidriosas de agradecimiento y cabezas que aprobaban el gusto y la textura de la semilla reventada con azúcar. Corazones que reconocían -en ese extraño ser que los cuida, los alimenta pero sobre todas las cosas, los quiere- haber hecho algo sobresaliente, inolvidable e imposible.
No soy mas aquel hombre extraño que el destino puso en sus caminos.
…soy su héroe.