29 agosto 2011
ojo...que reincidí.
Medio me prendió la dosis de droga que libera el cuerpo cuando hace un esfuerzo... o algo así leí. También tengo entendido que puedo ser supinador, neutro o pronador. Pero ni idea que soy, para mi modesto entender soy neutro, tal vez algo pronador pero no mucho. Despues de un par de vueltas y varias averiguaciones me decanté por zapatillas de corredor.
No. No se puede correr con las zapatillas de todos los dias. No, no saben un carajo los vendedores de ninguna casa de deportes, ellos venden "llantas" y los tipos con minimas intensiones de correr un ratito se destrozan las rodillas si se niega la realidad.
Parece ser que las mejores zapatillas de running son de marcas como Mizuno, Ascis, Brooks, New Balance y las clasicas Adidas y Nike (aunque menos). Sus nombres no son remolones y son tan pomposos como Vomero, Nimbus, Zoom structure, Supernova Glide y dale que vá.
Es un excelente momento en la vida ver la cara de pelotudo que ponen los vendeyanta cuando pedis las Adidas Supernova Glide 3!...hasta que uno con cerebro de "Solo Deportes" en Caballito me las consiguío!
Mi alegria -algo atenuada por el precio- fué tal que me las puse ahi mismo, metí las de trekking en la mochila y desde Acoyte y Rivadavia, me fuí corriendo al parque Centenario, le clavé un par de vueltas y me volví a casa, así que 4.5km. me hice...lo que es el doble de hace menos de un mes atras.
La sensación de poder es emocionante. No de mandar a los demás...de poder lograrlo.
Ahora estoy en otro tema: poder levantarme al otro dia.
04 agosto 2011
Hoy corrí.
Anduve muchisimo en bici y mas tarde encontré un estado increible de paz nadando. Luego tuve un problemita que me impidío seguir -me casé- y parece que no lo entendí del todo, porque de a poco fuí largando hasta que al final puse la tele. My fault.
El año pasado tuve un incentivo inesperado. Mi cuñada, quien yo entendía que estaba en las antípodas del deporte, se lanzó a correr. Jamás pensé que me llegara tan en lo profundo su entusiasmo y su exito! Si, su exito porque corrió y bien. Ganó algo? que importa!!! Corre y es feliz.
Yo quiero ser feliz, pero principalmente quiero encontrar ese estado de paz que uno descubre en el mantra del moviemiento acompasado, infinitamente repetido.
Quise correr el Lunes y fallé...me empezó a doler la rodilla derecha. Pocos segundos después, alguna entraña ubicada por delante del peroné en la pierna izquierda. Hay algún musculo ahi??? si hay algo, duele.
Resumen que salí hoy otra vez -en este caso- equipado. Tuve que ponerme una rodillera de neoprene en la derecha y una pantorrillera de compresion en la izquierda: patético.
Volví sobre mis pasos y tapé el disfraz con un jogging para evitar el escarnio. Audifonos, celular y cara de triatlón.
Calculo que 2km corrí. No de un tirón, no como una grulla alzada, siquiera con glamour. Pero por un instante lo disfruté, ví o sentí algo parecido al placer. Reicidiré mañana o pasado...puede que si o puede que no. Nunca más? No importa.
Hoy corrí. Otra vez.
19 julio 2011
08 julio 2011
06 junio 2011
La Carqueja y otros destinos.
Por no sé que corno me viene a la cabeza un lugar tranquilo y recuerdo el cuento de Fontanarrosa: Bahía Desesperación. Lo busco en la web porque necesito encontrar el nombre épico de pueblo que imaginariamente llama “la capital mundial del silencio”. Está. En internet está todo…La Carqueja. Maldito Fontanarrosa! el cuento “Bahía Desesperacion” fue trascripto completo y no puedo resistir leerlo nuevamente.
Comienza la felicidad.
Bahía Desesperación, por Roberto Fontanarrosa
La que me dijo que el viento le había volado el perro al mar fue la señora de lentes, la de sombrerito tipo Piluso.
-El viento lo levantó y lo tiró al mar -dijo, sin mayores signos de aflicción. Era inexpresiva. Tenía unos ojos chiquitos celestes, medio húmedos. Pero no era porque estuviera llorando, supongo: era por el viento. Y se ponía los dedos de la mano derecha sobre los labios y entonces sí parecía consternada.
-¿Era un perro grande? -yo no lo podía creer.
-No. Así -dijo-, blanco... ¡De bueno!... Luli le decíamos... Lo remontó como un barrilete.
El nene, prendido a sus polleras tal vez para protegerse de la arena, apoyaba la cabeza sobre sus muslos y se balanceaba. Señaló un par de veces, vagamente, hacia el mar.
-¿Y no lo encontraron más?
Ella negó con la cabeza.
-No sé cómo vamos a hacer -dijo en voz baja- para contarle a la más grande.
-Bueno... -dije yo, como para despedirme.
-Le decimos que lo pisó un auto -levantó la cabeza el chico hacia su madre.
La señora desestimó la propuesta con un gesto.
-Está en Buenos Aires... -siguió- la más grande. No sé...
Empezaron a irse.
Le decimos que lo pisó un auto -insistió el chico.
Dame la mano, vos -ordenó la madre-. A ver si te lleva el viento también.
Se alejaron por la playa.
-Le decimos que lo pisó un auto -escuché que el chico decía, ya a lo lejos.
-Qué joda... -atiné a decir. Mi hijo Juan, las manos en los bolsillos de la campera puesta sobre la malla, se me acercó. Se había mantenido lejos, mirando unas aguavivas.
-¿Qué pasó?
-El viento les remontó el perro y se lo tiró al mar.
-Joya -dijo mi hijo. Se oía el rugido del mar y el aleteo furioso de una bandera que se mantenía perfectamente extendida por el viento, como si fuera de lata.
-Y hoy no es nada -agregó Juan.
-¿Cómo que hoy no es nada?
-No. Me dijo el viejo del parador que hoy no es nada. Que otros días hay mucho más. Ese viejo que parece extranjero.
-Es extranjero.
Caminamos unos cien metros, encorvados.
-¿Llueve? -pregunté. Me había caído en la pelada una gota grande como un limón.
A Vane se le ocurrió lo de Bahía Desesperación.
-Yo no me voy a meter en esas playas llenas de gente -me había anunciado ya en octubre-. Que todos te pisotean, con miles de pendejos que van en 4x4 a caretear. La hoguera de las vanidades...
-Tom Wolfe -apunté. Me gustaba recordarle que yo también leía-. La hoguera de las vanidades.
-Que hay que andar produciéndose para salir a comer... Dejame de joder...
Y la Negra hablaba en serio. Siempre hablaba en serio. Era dura. Buena pero dura. Sin una pizca de sentido del humor.
-Como quieras -le dije-, total sabés que yo no me meto al mar.
-Porque sos un cagón.
-Sí. No me gusta el agua fría. Yo voy a leer. Me da lo mismo que llueva o no llueva. O que haya un viento de cagarse.
Nos habían dicho que era una playa ventosa.
-Por lo menos es un contacto directo con la naturaleza -dijo Vane-. No como esos lugares repletos de turistas, que llenan todo de plástico, de basura, contaminan todo...
El año anterior se había empecinado en que fuéramos a La Carqueja, un caserío cordobés declarado Capital Mundial del Silencio por la ONU.
Esa es buena. Yo debería anotar esas cosas. Algún día voy a escribir un libro. Algo serio, pero con humor. Tía Lilia siempre me decía que yo debía escribir.
-Al que no sé cómo le caerá ir a un lugar así, sin Internet, sin juegos en red, sin cines, es a Juan -puse a consideración democrática-. ¿Vos qué decís?
Juan se encogió de hombros. Era su gesto favorito. No era un movimiento congénito sino adquirido, pero lo repetía cada vez que se le preguntaba algo. Tenía entonces catorce años y parecía darle todo lo mismo.
El segundo día tuvimos una lucha a muerte con una sombrilla. Al punto que Vane misma llegó a reírse. Para colmo en la playa no había a quien pedirle ayuda porque los seres humanos más próximos estaban por lo menos a mil metros, contra el viento, y se los veía como una tribu de beduinos entre las ráfagas oscuras de arena que se levantaban del suelo.
-Al menos ellos hicieron su carpa -dijo Juan, envidioso, interrumpiendo su escasa colaboración en el desplegado de la sombrilla.
Fue cuando la sombrilla se nos escapó de las manos, arrancada por la fuerza del ciclón. Rebotó cuatro o cinco veces antes de, en dos segundos, alejarse casi media cuadra.
-¡Córrela, pelotudo! -gritó la Negra. Yo traté de quitarme la arena de las manos ardidas.
-Córrela vos... -me atreví a decir-. Mirá si me voy a poner a correrla...
Terminamos llevando las reposeras y los bolsos hasta la plataforma de cemento del parador del viejo. Nos sentamos allí, como refugiados kurdos, algo ateridos, cuidando de que no se volaran las ojotas, más reparados del viento.
-Veinte pesos nos costó esa sombrilla.
-Para qué la querés, Vane, si no hay sol.
No había sol. El cielo era de una película blanco y negro, una continuación del mar, un telón plomizo intenso.
-Pero ya va a salir -se ilusionó Vane.
Entre las ráfagas se oía el repicar metálico de la arandela de un cable, pegando constantemente contra el mástil sin bandera que se elevaba sobre el parador.
-Este mismo sonido debía escuchar el Capitán Acab en la cubierta del Pecquod -dije.
-¿Quién? -frunció la cara exageradamente Juan, como siempre lo hacía cuando algo le resultaba extraño.
-No pongas esa cara -le dije-. Parecés un idiota.
-Me querés hacer quedar a mí como un idiota, como si yo hubiera dicho una burrada, y el que parece un idiota sos vos.
-¿Llueve? -Vane miró hacia arriba, alarmada.
-No. Deben ser gotas que llegan del mar.
-Pero... estamos como a dos cuadras del mar... -ella se quedó mirando el oleaje furioso-. Esto es lo que me gusta de estas playas. Lo anchas que son. Lo salvajes. Lo auténtico. Son... ásperas...
-¿Te vas a meter?
-Por ahí más tarde.
Noté que no estaba tan segura de hacerlo.
El viejo del parador, cuando quería decir Hitler, decía Hitla. Yo le saqué un poco el tema porque estaba convencido de que era un sobreviviente del Graf Spee.
-Un barco que hundieron los ingleses -le expliqué a Juan cuando él puso esa forzada e intencional cara de idiota de la que ya hablamos.
-¿Aquél? -señaló hacia los restos de un barco semihundido a unos mil metros de donde estábamos.
-No. Frente a las costas de Punta del Este -le aclaré.
El viejo debía tener como 80 años y era de un color amarillo rosáceo desparejo, con manchas en la cara llena de arrugas.
Tenía un gesto de abrir los labios con el filo de los dientes de arriba apoyado sobre el de los de abajo, como quien se los enseña a un dentista. Nos contó que al parador anterior lo había destruido un tsunami, una de esas olas gigantes. "Un maremoto", le aclaré a Juan, que había puesto la cara.
-¿Hay muchos maremotos acá? -le pregunté al viejo.
Negó con la cabeza.
-Habrá dos por año -tenía todavía un fuerte acento alemán, pero él decía que era austríaco.
-A este parador -señaló a su alrededor- lo hice yo de nuevo, más hundido detrás del médano, más protegido, todo de cemento, estilo Speer. Conocí a Albert, gran arquitecto.
Y el parador, o lo poco que se veía de él, asomado sobre las dunas, parecía realmente una obra del arquitecto de Hitler, o Hitla como pronunciaba el viejo, esos búnkers que yo había visto en las películas sobre la invasión a Normandía.
Uno de esos días, no sé si el miércoles o jueves, volvimos a lo del viejo.
Digo que no sé si era miércoles o jueves porque todos los días eran iguales, grises y ventosos. Recordábamos el lunes, por ejemplo, porque nos agarró en la playa una lluvia helada y tuvimos que volver al hotel. O el jueves, creo que fue el jueves, porque Juan se cortó un dedo del pie con el filo de una conchilla. Había toda una zona de la playa cubierta de conchillas y era como caminar sobre vidrio molido, como los fakires. El viejo alemán, "Mengüele" le había puesto yo, le dio yodo a la Negra para que desinfectara el dedo de Juan.
-Antes, cuando venía más gente -contó el viejo-, había cantidad de estos accidentes. Y a veces el pie sangra mucho.
-Y el problema es que la sangre atrae los tiburones -bromeé yo. El viejo volvió a mostrar los dientes. Tardó un poco en responder.
-No son tiburones. Son oreas.
Lo miré.
-Esas aletas que se ven son oreas -insistió. Nosotros no habíamos visto ninguna.
-¿Atacan al hombre?
-Sólo si usted se mete al mar.
-¿Si usted está en la playa no lo atacan? -seguí la broma. El viejo negó. -¿Y en el hotel? -volvió a negar, serio. Ni se le pasaba por la cabeza que alguien pudiera hablar en joda.
-Con el tiempo -siguió- estos restos de caracoles se van pulverizando y se convierten en arena fina. En unos 500 años esa zona donde se cortó su hijo será arena fina.
-No sé si podremos volver para esa época -dije. El viejo no se inmutó. Ante él se podía decir cualquier barbaridad, que se la tomaba en serio. Era como hacer piruetas en bolas frente a un ciego.
-¿Hoy te vas a meter al agua? -le pregunté por enésima vez a la Negra desde la protección de la sombrilla. Habíamos conseguido otra y sólo la abríamos cuando ya el caño puntiagudo estaba clavado bien profundo en la arena, dejando la protección de lona de la sombrilla, que azotaba estrepitosa, a no más de un metro del suelo para que el viento no se embolsara tanto. Yo me metía después trabajosamente, encorvado, bajo esa suerte de iglú, tratando de sentarme, como un contorsionista, en la reposera muy bajita. Y ahí quedaba yo, con la malla, sin quitarme ni las zapatillas, cubierto por la campera de jean y un gorro de lana en la cabeza.
Todo el tiempo hasta que nos volvíamos al hotel. Leyendo. Del otro lado del asta de la sombrilla, a sólo cinco centímetros, casi codo a codo, se sentaba la Negra, leyendo el libro sobre Scalabrini Ortiz, tomando mate. Habíamos desistido de llevar sándwiches a la playa porque el viento nos volaba las fetas de queso. Pero la Negra tampoco quería comer en el hotel. Había desarrollado una particular fobia por la gente.
-Pero si casi no hay gente en el hotel -le remarqué: ya me había convertido en un crítico desde las sombras, en un objetor de conciencia, casi feliz de corroborar que esa playa era una mierda y que ni la Negra podía disfrutarla.
-Cómo que no. Están los de Catamarca.
Había, sí, un patético matrimonio de Catamarca que había venido a conocer el mar. Estaban un tanto azorados, porque no sabían si todos los mares eran así, tan rústicos, tan destemplados, y tenían esa sensación de quien conoce por fin a un tío sabio sobre el cual le habían hablado mucho, con admiración, y se encuentra con un tipo bastante bestia que se tira pedos.
-Si ni hablan los de Catamarca, pobres santos.
-Lo mismo -frunció la boca la Negra.
Hacía media hora que pretendía encender un cigarrillo y no había forma de lograr que el encendedor no se le apagara por el viento.
-¿Hoy no te vas a meter? -herí, nuevamente.
-Hoy no hay bañero y el mar está bravo. Soy loca pero no boluda.
Uno de los pocos tipos que cruzamos un día en la playa, un lugareño que buscaba almejas con una palita infantil, nos había dicho que el último bañero se había ahogado hacía más de ocho años.
-Se ahogó o algo así -había dicho el tipo- porque no apare- ció más. Ni siquiera era bañero. Se lo ordenaron como un trabajo comunitario para cumplir una pena. Creo que por violación.
Decían que buceando se había enganchado en los restos de un barco hundido y no salió más.
-Joya -dijo Juan.
El penúltimo día, cuando llegamos a la playa, la Negra dijo que se iba a meter al agua.
-¿Vos venís, Juan? -le preguntó a Juan.
-Ni en pedo. Está helada.
-¿Cómo sabés?
-La toqué con el pie.
-Enseguida te acostumbrás.
-Ni en pedo -repitió Juan.
-¿Vos no te vas a meter, no? -me preguntó entonces a mí la Negra.
-Sabés que no. Me gusta el agua cálida.
-Que parezca un caldo.
-Si está caliente, mejor.
-Porque sos un maricón.
-Totalmente.
-Y lo convertís en un maricón a tu hijo, que te toma de ejemplo.
-Que él haga lo que quiera. Ya es grande.
-El agua fría es tonificante -dijo la Negra-, te activa la circulación, te activa la sangre. Es como un shock de vida.
-Metete vos si te gusta.
Se quedó callada. Nos golpeó una racha de lluvia que duró apenas unos minutos pero creo que la desalentó.
El último día, paradójicamente, me alegré un poco.
En el desayuno vi restos de tostadas y dulces en una mesa vecina del barcito del hotel.
Parecían haber desayunado tres o cuatro personas.
-Acá hay vestigios de vida inteligente, Juan -le comenté a
mi hijo-. En una de ésas al volver encontramos a otros seres humanos, o al menos seres vivientes, especies similares a nosotros.
-Oímos voces -se anotó Juan, extrañamente animoso, alentado, quizás, por el cercano regreso a la civilización, a Rosario.
-Seguro que hubieras preferido ir a Mar del Plata, vos -di- jo la Negra, terminando su yogur descremado-. A no poder andar por la calle porque te aplastan a pisotones. A hacer cola para comer. Eso te gusta.
No contesté. La mano venía pesada.
-Lleno de discotecas, vendedores ambulantes, promotoras -siguió la Negra- y jueguitos electrónicos que pelotudizan a los chicos como tu hijo.
-Joya -murmuró Juan.
-Vamos -cortó la Negra, cuando yo todavía no había terminado mi medialuna-, aprovechemos la playa que es el último día.
Ese día la Negra, tras fumarse casi un atado de puchos, me preguntó si quería acompañarla a caminar por la playa.
-Hace bien caminar -dijo.
-Andá vos. Hay mucho viento. El otro día que te acompañé, al volver teníamos viento en contra y caminamos como media hora en el mismo lugar.
Miré a Juan para ver si le había gustado el chiste pero estaba autista, sentado en la reposerita de la Negra, con el walk- man y simulando con las manos que tocaba una batería.
Le señalé a la Negra una gaviota que flotaba en el aire como un helicóptero, siempre en el mismo lugar, tratando de volar contra el viento.
-Por ahí, cuando entre en calor -dijo la Negra, ajustándose el gorro-, me meto.
-Que yo te vea -advertí.
-¿Por qué? Vení conmigo entonces.
-Por seguridad te digo. No estoy controlando.
-¿Pensás que no me voy a animar?
-No. Si yo sé que te gusta el agua helada, pero mirá cómo está el mar.
Las olas rompían sobre la playa casi amontonadas, salvajes, encimadas unas sobre otras, promiscuas, con estallidos que parecían salvas de artillería.
Media hora después la Negra volvió de su caminata, tiró las ojotas y el gorro bajo la sombrilla y se fue hacia el mar. La vimos cómo se metía y otro par de veces saltando primero y después flotando. Después no la vimos más.
Esperamos, recuerdo, una hora, dos horas, tres.
Después, con Juan, hicimos la denuncia en la Prefectura.
Fue duro el regreso a Rosario, solos y en silencio.
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a alguien que le guste el viento.
a alguien que pueda estar solo cada tanto.
a alguien que tolere meter los pies en un mar helado.
a alguien que soporte un sarcasmo...o dos.
a Juan tambien.
20 mayo 2011
Justicia!
Entre sorprendido y entusiasmado por la rapidez y la seriedad con que me trataron, contesté al número que me dejaron.
Amablemente indagaron sobre lo ocurrido, sobre mi situación actual y si no había recibido mas amenazas. A continuación propusieron una mediación.
No entendí bien que parte tenia yo en todo esto ya que mi experiencia en mediaciones laborales tenían que ver con el valor de algún despido o cosas que se acuerdan entre partes...pero en amenazas???
Me aclaran que en este tipo de mediaciones solo queda esperar la disculpa del agresor (pseudo) y el compromiso de no reiterar, ni acercarse.
Acepto (siempre se atuvieron a mi decisión) y me dan a elegir fecha (!). Pido que tengan la delicadeza de no sentarme a esperar una hora al lado de la mole irascible y por supuesto aceptan.
A los tres días me presento en la Unidad Fiscal Este, atrás del Alto Palermo y me hago asesorar en la Unidad de Atención a la Víctima. Luego paso a la fiscalía, aclaro que quiero dejar las cosas ahí mismo y no quitarles mas tiempo por algo menor.
Salgo y hacen pasar a la bola de nervios con el colesterol en crisis...tardaron mas de 40 minutos en hacerle entender de que se trataba y que el trabajo de su esposa no estaba en la mesa de conversación. Solo sus amenazas.
Finalmente me muestran el escrito con las disculpas, el compromiso y demás.
Firmado por ambos, disculpa aceptada y listo.
Espero que la citación y la el acta le haya servido para reflexionar al respecto, aunque tiendo a pensar que los cuarenta minutos que me hicieron perder es lo que tardó en leer las dos hojas.
Sad.
19 abril 2011
No me peguen...soy Giordano!
Salgo del trabajo y en la esquina (pleno Perú y Diagonal Sur) me increpa un desconocido...sigo caminando, pero no afloja. Me toma de la ropa y me llama por mi nombre...uhhhhh, y este??????
Me insulta y me dice que me metí con su mujer (mal ché, eso no se hace...lástima que yo no me di cuenta!)...siiiiigooooo. Mientras reviso mentalmente todas los maridos de mi amigas, el tipo sencillamente no encuadra con ninguna de ellas, pero no me deja en paz, ni me suelta…no para de gritar como un demente. Intento llegar vivo al subte, pero me frena y me dice (ahí si me pierdo del todo) como vas a cruzar (H.Yrigoyen) no ves que esta en rojo???
Y era verdad, en la locura casi me la pone el 86. La situación es apremiante y complicada: quiero escapar pero la etiqueta no lo permite. Correr no luce. Camino rápido, pero no alcanza. Me toma de la ropa, del brazo, me da vuelta y me sarandea un poco. Pasa por ahí una chica del trabajo y le quita las manos de encima mio, una hermana latinoamericana (vendedora ambulante de la calle Perú) colabora y me dice que me las tome rápido, no me hago rogar.
“…vos sabés quien soy…-me grita- vos rajaste a mi mujer!!!!!” uhhhhhh x2…Houston, We've Got a Problem. Esto se desmadró mal. Salté de –supuestamente- empomarme a una mina a rajarla del laburo. Por lo menos el tipo grita a lo loco lo primero y las chicas comienzan a hacer cola por av.de Mayo y me hago fama. Pero no, escucho un coro…” Mariano: hacete cargooooo, ayyyyyy Mariano” miro y veo tres hermanas latinas, flojas de papeles, coreando la arenga en mi contra.
YY..yy..yyyy…(tartamudeo) uds. Quienes son?????? (cri, cri…) DE DONDE SALIERON?????? (cri, cri…) dale flaco, resolvé eto como un hombreeee, hacete cargooo…me dicen el coro de afroditas desalineadas. Naaaaaahhhh, estas quieren que me cague a palos un morocho de 100kg. solo por ver sangre en 3d.
Bordeando el paroxismo berreta, amenaza con que no voy a poder salir mas a la calle, que me va a lastimar…que se las voy a pagar. Me pone un dedo a un centimetro de la jeta y me dice que me saque los anteojos. Demasiado preambulo para cagarme a palos, no encaja con la escena y me decepciona saber que no tiene lo necesario. Pero cuando logro arrimarme hacia un kiosco de revistas llega el poli, con mas cara de miedo que yo. Con ese rictus facial y la determinacion de una bolsa de consorcios, fue como que no existia y el gigante justiciero se vé que no lo registró porque siguió como si nada. En la extraña coreografia de reproches que iban de despidos masivos a propuestas amatorias, el servidor de la ley se vé que llamo por el handy porque apareció un auto con tres polis mas. Ya entre cuatro sumaron una sola determinacion de parar al desdichado, asi que tuve mi primer respiro en 10 minutos de agresión. Llamo a mi jefe y pasa por ahí en 30 segundos. El “justiciero equivocado” resulta ser el marido de una chica de la empresa de limpieza que fue trasladada a otra depencia…ni siquiera despedida.
Por los motivos que sean, interpretó que mentirle a su gordo y conseguir que me fajara en plena via pública beneficiaría su carrera profesional, elevando su curriculum a las nubes. La realidad es que sumó una denuncia penal por amenzas en la comisaria segunda de San Telmo (gracias muchachos por llevarme en la patrulla).
Digo…me cagué en las patas y todavia ahora, a las 23,30 no pude pasar bocado...el tipo sabía quien soy (alguien me marcó a la salida de la oficina) y tenia mi recorrido y mis horarios. Eso es fulero.
Anyway, gracias Ale -como siempre- por rescatar a Juan del cole, es bueno saber que si uno es roto a trompadas por un desconocido por algo que no hizo, Juan nunca va a esperar en la puerta!
12 abril 2011
Pendejos…soy su héroe!
La hago corta…
A mis hijos no le alcanzó con que haya sido campeón de planeadores radiocontrolados, menos en lanchas a control remoto, donde también gané un campeonato local. Saltar en mountainboard con el kite no los impresionó jamás, andar a los pedos en un desierto en medio de la Rioja no los mosquea. El mar les parece chico y algo soso con 20 nudos y conmigo atrapado en las olas y el kite girando a lo loco. Manejar 1600km al sur es cuanto menos, al pedo y romperse el lomo para pagar unos pasajes de avión a las Cataratas, obvio. Llevarlos y traerlos mil veces a cualquier lugar que se les ocurre, es intrascendente y las tareas del hogar las entienden grises y mediocres. A veces creo haber visto un ligero parpadeo, un atisbo de brillo en los ojos (capaz en un solo ojo..) al gastar algunos miles en las PlayStation.
Así que sus reacciones no me sorprenden. Claro, porque no las tienen.
El domingo estábamos muy al cuete, ellos con sus cosas y yo recuperándome de una gastroenteritis viral que se había presentado como el diablo en calzoncillos (Dolina dixit). Bajé una película para ver en la tele y se me dió por hacer pochoclo. No el que venden en la bandejita de aluminio..., el maiz pisingallo, azúcar y la cacerola de mi casa!!!!…y me salió bien!
Abrazos largos y tiernos. Besos ya olvidados y alguna palabra de aliento. Miradas vidriosas de agradecimiento y cabezas que aprobaban el gusto y la textura de la semilla reventada con azúcar. Corazones que reconocían -en ese extraño ser que los cuida, los alimenta pero sobre todas las cosas, los quiere- haber hecho algo sobresaliente, inolvidable e imposible.
No soy mas aquel hombre extraño que el destino puso en sus caminos.
…soy su héroe.